El histórico boxeador argentino falleció a sus 87 años, pero deja detrás suyo una historia de superación y perseverancia.
Horacio Accavallo, el segundo campeón del mundo que tuvo la Argentina en boxeo, murió a los 87 años luego de una larga batalla contra el Alzheimer. Sin embargo, su legado de esfuerzo y perseverancia vivirá por mucho tiempo más. Es que Roquiño, como lo apodaban, no sólo fue uno de los máximos exponentes del boxeo argentino sino que además se abrió camino en la vida de manera humilde y hasta trabajando como cartonero y saltimbanqui hasta ser campeón del mundo.
Accavallo nació en una familia humilde de la localidad bonaerense de Villa Diamante, una zona muy pobre de Lanús. Hijo de inmigrantes italianos, subsistían a base de lo que podían rescatar entre los basurales de la Quema. Sus primeros trabajos fueron en sintonía con la humildad que lo marcó desde chico: botellero, cartonero, hasta malabarista y payaso. Todo, para sobrevivir y luchar por su sueño.
A la par, su carrera como amateur crecía a pasos agigantados y llegó a ser profesional en 1956. Dos años más tarde, partió hacia Italia para desarrollar su carrera y mejorar como boxeador. A su regreso, emprendió la tarea de ser campeón mundial de la categoría mosca, tal como lo había sido el mendocino Pascual Pérez. Así, su cita con el destino llegó el 1 de marzo de 1966 cuando venció a Katsuyoshi Takayama en Tokio, para coronarse como campeón mundial de peso mosca de al Asociación Mundial de Boxeo (AMB). Dicho cinturón fue defendido por Accavallo con éxito en tres ocasiones: dos ante el japonés Hiroyuki Ebihara y una ante el mexicano Efrén Torres.
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