Máximo Thomsen es uno de los cinco rugbiers condenados a prisión perpetua por el asesinato de Fernando Báez Sosa y el único que no soportó de pie la lectura del fallo. Durante el mediodía del 6 de febrero, frente al tribunal que dictó su pena, Thomsen se desplomó y debió ser retirado de la sala.
La imagen derrumbada del joven 23 años, apodado “Machu”, fue la antítesis de aquella que demostró el 18 de enero de 2020 en Villa Gesell, cuando después de pegarle a Báez Sosa caminó erguido hasta su casa para quitarse la camisa, colocarse una remera y dirigirse hasta un McDonalds para comer una hamburguesa.
Su rostro registrado por una de las cámaras de seguridad del local de comidas rápidas lo exhibió tranquilo y sonriente. La pose de alguien que repetía allí una dinámica arrastrada desde Zárate, su ciudad natal: pegar entre muchos, lastimar y huir.
Thomsen estudiaba Educación Física y realizaba algunas “changas” para mantenerse, desde colocar alambrados en casas de algunos vecinos hasta trabajar como patovica en un local bailable en el centro de la localidad.
A la par jugaba rugby, práctica que ejerció durante toda su infancia y adolescencia. Primero lo hizo en el Arsenal Zárate, hasta que en 2017 decidió probar suerte en el Club Atlético de San Isidro (CASI), en la división de Menores de 19 años, donde estuvo durante dos temporadas.
No quiso mudarse a San Isidro y escogía recorrer cuatro veces a la semana los 73 kilómetros que separan al club de su casa, ubicada en el barrio Villa Fox, para asistir a los entrenamientos y partidos. Jugaba de wing y en 2018 participó de una gira a Europa con el equipo juvenil que visitó países como Inglaterra, Gales e Irlanda.
Aunque eran muchas las horas de práctica compartidas, desde el equipo aseguraron que el joven nunca se “integró”. Según se consignó en diferentes crónicas, sus compañeros lo describían como alguien “bastante callado”. Tras su detención en enero de 2020, la Comisión Directiva decidió expulsarlo del club.
En los últimos días, según pudo averiguar TN, la relación entre Thomsen y algunos de sus amigos se rompió. Salieron a la luz las diferencias que éste tiene con los otros cuatro rugbiers condenados a perpetua y las internas, detectadas previo a la sentencia, se agravaron tras el fallo e incluyen pases de factura y reproches.
Por este motivo, Thomsen podría ir a una cárcel distinta a lo de los otros rugbiers y esta situación, incierta hasta el momento, lo inquieta y aterroriza. A tal punto que antes de conocer la sentencia pidió una consulta con una psicóloga en Melchor Romero.
Quiénes son y a qué se dedican los padres de Máximo Thomsen
Su familia, reconocida en la ciudad por sus altos vínculos políticos, lo visita semanalmente desde hace tres años y casi no se ha expresado públicamente.
Marcial Javier Thomsen, su padre, se dedica al comercio de artículos y accesorios para vehículos automotores y motocicletas.
Días después de la madrugada en la que ocurrió el asesinato del joven de 18 años, habló ante los medios de comunicación, en donde había manifestado que su mayor miedo era que no se hiciera justicia “por la presión mediática, porque el morbo vende y los derechos se pierden por la presión mediática o la opinión pública”.
Frente a los micrófonos había exigido que la Justicia garantizara, para su hijo y el resto de los detenidos, el debido proceso y que actuara “como con cualquier ser humano”. Y agregó: “Todo el tiempo pienso en qué hice mal para que pasara esto”.
Consultado sobre por qué su hijo participó de la golpiza que ocasionó la muerte de Fernando, Thomsen no supo qué responder: “Qué se yo, no sé”.
“Lo lamento terriblemente, no me quiero despertar nunca”, sostuvo ese día. También manifestó que todos los detenidos estaban “arrepentidos” y que había intentado comunicarse con Silvino Báez y Graciela Sosa, los padres de la víctima: “Traté de llamarlos un montón de veces y dejé mensajes. Quiero encontrarme con los papás de Fernando. No sé qué decirles: si yo tengo este dolor, no me imagino el dolor que sentirán ellos”.
En contraposición al rol que adoptó el padre del imputado, Rosalía Zárate, madre de Thomsen y separada desde hace varios años de Marcial, jamás brindó una entrevista. La mujer de 58 años, arquitecta de profesión, fue una de las primeras personas en viajar a Villa Gesell tras el asesinato de Fernando.
En la última audiencia fue quien alzó la voz al ver a su hijo tendido sobre dos sillas, colapsado emocionalmente tras escuchar su condena a prisión perpetua. “Saquen a los medios, tres años torturándonos”, gritó frente a todos los presentes. Luego pidió poder acercarse a su hijo para asistirlo.
Zárate se desempeñaba como secretaria de Obras Públicas en la municipalidad de su ciudad. Cuando se enteró de lo ocurrido, previo a viajar a la ciudad balnearia, solicitó una licencia al municipio, la cual fue aprobada por tiempo indefinido. Sin embargo, semanas después, decidió abandonar definitivamente a su cargo.
En aquella oportunidad, los propios vecinos de Zárate se acercaron a la intendencia para exigir que la arquitecta fuera despedida. Un día después de dicha movilización renunció a su puesto.
Comments